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Confirmado: César Acuña es experimento de un cineasta surrealista

Por Xito Valqui

Publicado: 2016-02-25

Luego de que el día viernes 5 del presente, en conferencia de prensa, el candidato César Acuña presentara sus descargos por un nuevo caso de acusación de plagio en agravio del profesor Otoniel Alvarado, la nación casi en pleno experimentó un abanico de síntomas, que iban desde la indignación y extrañeza, hasta el horror paralizante, pasando por la náusea, el asco y el debilitamiento estomacal. Es decir, un sentimiento tutti frutti; pero de fruta en descomposición. Por este motivo, nuestro equipo de investigación optó por iniciar sus pesquisas donde a nadie antes se le ocurrió indagar: la ficción.  

Dado el comportamiento, perfil y mentalidad delirante de este personaje, fuimos encontrando el hilo de la madeja, hasta dar con el verdadero responsable de lo que hoy por hoy sufrimos los electores peruanos: don Luis Buñuel. El padre del surrealismo cinematográfico, desde finales de la década de 1920, nos dejó un legado de obras trascendentes y personajes irrepetibles. Lamentablemente, nos legó también una última sorpresa, de un humor matizado en negro: un hijo negado. 

Y es que antes de que su primera producción viera la luz, le cruzó por la mente una versión un poco más precaria, que obligaba la participación de un personaje igual de precario. “Un cuy andaluz”, y Acuñita (su personaje central) estuvieron a punto de marcar la revolución en el cine del siglo XX; sin embargo, la pésima dicción, paupérrima cultura y falta de carisma del personaje, hicieron cambiar el parecer del director. Afortunadamente. Se llegó inclusive a rodar la primera escena, donde Acuñita lanza por las escaleras a su mujer, y ésta rueda hasta la planta baja al compás del bandoneón. Luego, don Luis optaría acertadamente por el ojo, la navaja y otro personaje.

Resentido y desempleado, Acuñita tentó acercarse a otras figuras del naciente movimiento surrealista, en busca de una oportunidad. Cabe señalar, sin suerte. Dalí se negó a incluirlo en una de sus pinturas (al fondo no había sitio), y Man Ray desestimó incluso a tomarle una foto tamaño carné. Tras la seguidilla de rechazos, y empleos mal remunerados como calcador y copista, tuvo la visión de que sería preferible convertirse en un emprendedor, a la guisa de los personajes de un tal Pirandello que escuchó por ahí. No obstante, para iniciar esta nueva etapa independiente, sería indispensable contar con un compañero de aventuras. De sus favoritos de siempre, y al estilo del Quijote, quiso contar con los servicios del recordado Sancho Panza, pero por cuestión de prestigio personal, éste se negó rotundamente. Ya que el tiempo apremiaba, y la coyuntura no daba para exquisiteces, tomó por camarada a un tal Sancho Paredes, quien se encargaría de apoyarlo en las tareas domésticas, las cuales consistían básicamente en llevar en su alforja los doblones de oro, y pagar las cuentas de su cófrade.

Éste lo intenta convencer de viajar a un país llamado Perú, donde se solía recibir muy bien al extranjero, o a cualquiera que llegara con dinero. Acuñita no acepta, y decide permanecer en Europa, donde considera que un personaje bizarro tendría más posibilidad de encontrar la fama y el reconocimiento denegados anteriormente. Años después, durante uno de sus viajes a París, tiene la oportunidad de conocer en persona al muy estimado César A. Vallejo. Y pese a que al vate peruano no le resultó nada placentero este acercamiento, reconocería luego (en epístolas extraviadas hasta el momento), que Acuñita le sirvió de inspiración para algunos de sus poemas, tales como “Tengo un miedo terrible de ser un animal…”, “Los desgraciados”, “Qué me da, que me azoto con la línea…”, “Ande desnudo, en pelo, el millonario!...”, “Fue domingo en las claras orejas de mi burro…” y “Heces”.

Aburrido de Europa, y décadas luego de su encuentro con el autor de Trilce, decide por fin conocer el Perú, y por consejo de Sánchez Panza, estima correcto instalarse en la localidad de Trujillo. Le dictó pronto su imaginación, fundar una universidad con el nombre del peruano que tanto deslumbrara al mundo (no tanto a él, pues su lectura se limitaba por el momento a Coquito Vol.II, Condorito y El Bocón). Al principio, dudó un poco al sopesar el tema del financiamiento, pero recordó que Sancho Paredes solía sortear estos obstáculos, con la celeridad que se sopla el polvo de una mesa. Afianzaron su mutuo compromiso, y celebraron su decisión con una Coca-Cola de a kilo, perdón, de a litro heladita.

Como buen emprendedor, y viendo su proyecto educativo consolidado y bien encaminado, vió oportuno iniciar una nueva aventura: la política. Es elegido congresista durante los periodos 2000-2001 y 2001-2006, y dada su experiencia cinematográfica, fue convocado para integrar la sub-comisión formada con motivo del “Video de la Corrupción”, protagonizado por la dupla Kouri-Montesinos. Con perfil bajo, logró culminar sus encargos con una imagen más desdeñable que denigrada, lo cual ya lo consideró como un logro. Se haría también con la alcaldía de Trujillo por primera vez en el año 2006, y mediante la fórmula de un conocido diario, regalaba a manos llenas en los distritos de El Porvenir, Florencia de Mora y La Esperanza. De esta forma, se supo ganar el cariño desinteresado del pueblo, además de que aflorase en él, tardíamente, un irresistible carisma e innatas cualidades de orador, que hubieran sido sin duda la envidia de Cicerón y Demóstenes. Pero como de envidiosos no adolece el país, alguno comentó que aún persistían su problemas de dicción, y lo achacó al consumo constante de chuño como cancha (no encontramos la relación hasta el momento).

No obstante sus últimos triunfos, Acuñita se labró también algunos enemigos gratuitos. En alguna oportunidad se puso en tela de juicio su virilidad por los rumores que pendían acerca de ciertos “pasivos”, así como que sentía predilección por lavar a los “activos”. No obstante, se desmintió en breve este comadreo, luego de las declaraciones de algunas jovencitas, además de la publicación de fotografías con alta carga de romanticismo y ternura, demostrando a todo el país, que a quien teníamos al frente era un verdadero don Juan. Otro de sus allegados malagradecidos, contó que como no había aprendido a escribir del todo bien, a manera de ejercicio de escritura y mejora de su caligrafía, gustaba de colocar su nombre en cada libro, revista, cuaderno, catálogo o Atalaya que caía en sus manos. Sin embargo, dados los avances de la informática, ya no era necesario realizar este ejercicio de forma manual, y se daba ahora el gustito de poner su nombre en letra Arial 12, en negritas y en las portadas.

(Continuará…(pero no sabemos si como candidato)…)


Escrito por

Deslenguados

Con la verdad en la punta. En Tuiter: @deslengua_2


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